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Nuevo. Comentarios sobre literatura.

El límite de los sentidos.                                                                                     (“Sorgo rojo”, Mo Yan)                                                                                                                       Leonardo Ajenor. 2013.         
Los detalles de un cuadro o de una escultura pueden, de cierto modo, realizarse con calma por la continua observación del genio del artista, sin embrago, su virtud puede estar, simplemente, en crear una réplica de la realidad.
 En el caso de Mo Yan, su virtud  va más allá de esta frontera estática, se sirve de cada detalle, al igual que un escultor o un pintor,  sin embargo, no se limita a crear una réplica, sus palabras son puentes hacia el pasado, recrean la realidad condensada en la memoria, otorgan a nuestros sentidos las sensaciones casi infalibles de esos instantes que solo habrían muerto en los infinitos campos de sorgo.
El viento y las montañas y los cadáveres y las flores y los sapos y las personas y los ríos y los rostros y sus muertes y sus nacimientos y las balas con sus colores incrustados en la piel que rasgaban desollando el corazón de sus amigos y hermanos, con los dedos helados, negros de sangre y tierra; cada instante, cada segundo se amplía en la mente del autor desdoblando la inmediatez para hacernos parte del paisaje de sus evocaciones.
Tal vez se limite a trasladar las circunstancias con coloridos tonos en sus oraciones, tal vez solo describa con armonía poética lo que sus atentos ojos le permitían experimentar; y aun así, no  es muy común que las personas logren delinear con tanta lucidez los fragmentos de realidad que les corresponde vivir, se encuentra poco en el devenir de este complejo humano a alguien que le dedique tiempo a la observación tranquila y sin prejuicios.  Quizá sean contados aquellos que se permitan usar la memoria para guardar tantos colores, tantos matices, tantas parábolas, tantos rojos, tantas minucias, tantas veces el mismo paisaje con tantas nuevas representaciones, tantas posibilidades para la muerte y para la vida, tantas pieles y tantas gotas de agua sobre su cabeza llena de imágenes antiguas, llena de tantas verdades y llena de tantas desgracias.
No sé si existan personas que pasen su vida observando  de este modo tan singular, no sé si las personas se toman el tiempo para crear agujeros negros en su entorno y desde allí observar con humildad el cambio infinito de las circunstancias, no sé si las personas pueden trasladar a su mente y a su corazón los atiborrados momentos de lo caótico y cotidiano que puede ser este mundo, si de repente pueden crear un espectro de luz en forma de circulo impenetrable, desde donde las escenas que siguen allí se puedan describir con tanto detalle y sencillez a la vez. Porque Mo Yan parece tener ese don, esa virtud, como si por cada segundo él pudiese frenar la rueda colosal y tomar una instantánea para sí, para su memoria, y enseguida soltar el recorrido indescifrable de la vida.
Imagino para cada ser humano un mundo que, siendo el mismo, se presenta diferente, subjetivo, creo que las miradas son todas desiguales y las formas, aunque únicas de las cosas, son para cada quien según su parecer. Pero este modo para recrear los momentos de un habitante de un lugar remoto en China que asistió a una guerra como tantas, cruel, tan humana, como todas, puede trasladarnos extrañamente a cualquier punto sobre el Cauca colombiano o la frontera del Arauca o llevarnos a la imponencia de la bóveda del Darién, y hacernos creer que son nuestros campos ardiendo en llamas por las mismas expresiones de violencia de los gestores de tal o cual masacre casi rutinaria, casi genética, casi incrustada en las venas de forma natural, los mismos campos con ríos y sembrados y gallinas y cerdos, las mismas chozas de poblados apartados sin registros para  el mundo, las mismas piedras que se pisan en Japón o en China o en Colombia y la tierra para sembrar y ensuciarse y morir, hasta el mismo pozo de agua seco en donde murió al lado de su hermana el bebe de nombre hermoso y raro, Armonioso. 
Cada recuerdo plasmado con la delicadeza de una memoria amplia y serena, cada forma de existencia se me asemeja ahora a un lugar que no es lejano,  los misterios de la resistencia china son extranjeros en nuestras vidas, pero los detalles de sus casas y sus fronteras, los caminos que hacen llegar a las tropas propias y extranjeras, son muy cercanos a mis propias experiencias, al pasar por una calle cualquiera en la noche o en el día puedo ver a una mujer que fácilmente llamaría Bella o Xingfan, y a la calle la podría ubicar en Gaomi  o decir que mi cama de niño era como igual a una cama en las que descansaba Yu Zhan’ao y que las montañas que veo ahora y que vi de joven podrían tener un Yang y en sus laderas un Yin.

Las cosas que vio Mo Yan, su vida y la vida de Dounguan y hasta el Kang que funcionaba tanto como cama, tanto como lugar de pasiones honestas y cálidas tardes de sopor o noches oníricas, son en todas partes las mismas cosas, pero puestas en la escritura irrepetible, oriental, de la mano, esta vez del genio observador de la vida cotidiana; se convierten en mágicas condiciones materiales de los interminables segundos humanos puestos en la memoria de quienes cruzan más allá del límite de los sentidos. 

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